domingo, 9 de octubre de 2011

COMENTARIO DESDE ESPAÑA A LA ÚLTIMA ENTRADA

 Querid@s caminantes,
ya es cosa oficial: nuestro Rocinante multimedial, alias blog, ha cobrado vida propia y ha echado a andar, caminando su proprio camino.
El tema del Caballero andante ha despertado tantas pasiones y consensos hasta en España misma que he decidido añadir como nueva entrada un comentario por parte de un caminante especial que nos acompaña desde Barcelona. No es nada casual que su contribución sea sobre una obra que tiene que ver con el hecho de leer e interpretar, porque él y yo somos lectores y autores -en el sentido del latín augĕo, "enriquecer"- el uno del otro.
Buena lectura a tod@s,
 El Afilao

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¡Esto es, querido Afilao! 
La lectura no se "hace", y paradójicamente tampoco se lee, no se empieza ni se termina, sino simplemente y siempre se realiza. Como se pone en claro en la entrada, toda lectura se realiza en tanto que recibe su significación por parte del lector, y a la vez que éste se transforma, la lectura también se transforma con él. Baste pensar en la lectura más antigua del mundo -a la vez la más difundida y leída- y al mismo tiempo la más interpretada y transformada: la Biblia. ¿Cuál mejor ejemplo podría encajar más que la Biblia en nuestra idea de "lectura realizada"? Pero ésta es otra historia.

En el caso del Don Quijote, esta "realización" toma formas excepcionales que trascienden toda interpretación oficialmente aceptada. Cervantes se propuso escribir una parodia de las novelas de caballería en un momento en el que nadie o casi nadie ya las leía. Esas novelas habían pasado de moda, pero la "broma" gastada por Cervantes se reveló un esfuerzo digno de mejor causa. Aquella "inútil aventura literaria" -como alguien la definió en su tiempo- acabó siendo mucho más que su diseño original: viajó más lejos y más alto y se convirtió en la novela más popular de todos los tiempos y de todos los idiomas. Parecía tan frágil pero fue la más longeva. Cada día, nuestro héroe cervantino cabalga su rocín con un ímpetu cada vez mayor, y no sólo por la llanura manchega: tentado por los caminos del mundo, el personaje se escapa del autor y se transfigura en sus lectores; y es entonces que hace lo que nunca hizo y dice lo que nunca dijo. Aunque suene raro, Don Quijote nunca ha pronunciado la más famosa y genial de sus frases. "Ladran, Sancho, es señal de que estamos cabalgando" no aparece en toda la obra de Cervantes: ¿cuál anónimo lector será su autor? 

Dentro de su armadura de bronce y a la vuelta de su rocín hambriento, Don Quijote parece destinado al fracaso y al ridículo. Este "loco enloquecido" se cree el personaje de una novela de caballería y cree que los libros de caballerías son libros de historia. Sin embargo, no siempre cae terriblemente derrotado en sus luchas imposibles, e incluso a veces consigue dar un notable montón de golpes a los enemigos que enfrenta o inventa. Pero es ridículo, no hay  duda: profundamente ridículo. ¡Pero cuidado!: un niño cree que una escoba es un caballo hasta que el juego dura, así como mientras que la lectura dure nosotros, los lectores, acompañamos y compartimos las locas aventuras de Don Quijote. Sí nos reímos de él, pero mucho más nos reímos con él. Por supuesto, al "caballero de la triste figura" los libros de caballerías le habían literalmente derretido el cerebro, pero él -que se había perdido a causa de la lectura- nos salva a nosotros que de él leemos. Nos salva de la solemnidad y del aburrimiento, y nos dona libertad. Pues, esta aventura de la libertad nació en prisión, en la cárcel de Sevilla "donde cada incomodidad tiene su sitio y donde cada triste ruido crea intimidad". Es allí donde fue generado el Don Quijote de la Mancha, donde su "padre" fue encarcelado por deudas. Exactamente tres siglos antes, Marco Polo dictó su libro de viajes en la cárcel de Genova, y sus compañeros de prisión le habían escuchado, y escuchándole habían estado viajando con él. En 1965 Ernesto "Che" Guevara escribió su última carta para sus padres, y para decirles adiós no citó a Marx, sino escribió: "He oído una vez más bajo mis talones el costillar de Rocinante. Vuelvo a ponerme en mi camino abrazando a mi escudo". 

Por lo visto, el lenguaje popular se toma muy en serio los delirios de Don Quijote expresando la dimensión heroica que la gente ha atribuido a este anti-héroe, a lo largo del tiempo y del espacio. Hasta el diccionario de la Real Academia Española lo reconoce: según el diccionario "quijotada" es "el acción propia de un Quijote", y el Quijote es el que "que antepone sus ideales a su conveniencia y obra desinteresada y comprometidamente en defensa de causas que considera justas, sin conseguirlo". El poeta León Felipe, por ejemplo, creía que los ojos y la conciencia de don Quijote "ven y organizan el mundo no tal como es, sino como debería ser". Cuando el nuestro querido Quijote toma al pícaro posadero por un amable caballero, a las prostitutas descaradas por bellísimas doncellas, la posada por una vivienda digna, el pan negro por pan blanco y el silbido de un criador de cerdos por una música de bienvenida, nos dice nada más que en el mundo no debe haber hombres sinvergüenzas, ni amor mercenario, ni tampoco mala comida, vivienda indigna o música horrible.

Unos años antes de que Cervantes inventara su febril justiciero, Thomas More escribió su obra maestra sobre un lugar que él mismo llamó Utopía. En la obra de More, la palabra "utopía" -la u-topía (ou-topos)- significa literalmente no-lugar; pero tal vez ese reino de la fantasía se halle en los ojos de aquellos que lo adivinan, y en éstos se encarna. Para concluir este largo comentario, bien decía George Bernard Shaw: "hay quienes observan la realidad tal como es y se preguntan por qué, y hay quienes imaginan la realidad como nunca ha sido y se preguntan por qué no". ¿No es esta, al fin y al cabo, la gran paradoja del viaje humano en el mundo? En fin: el marinero sigue sus estrellas, aunque él sabe que nunca llegará a tocar esas estrellas que le guían...

¡Buen viaje a tod@s!
Pepe

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