“Yo soy aquel que en la invención excede a muchos” | |||||
Miguel de Cervantes, 1613 |
Esta tarde, al bajar el sol, en las horas en que las sombras suelen alargarse, mi hijo ha conocido por primera vez al caballero Don Quijote de la Mancha.
Le he mostrado una pequeña joya que tenía guardada para sus grandes ojos curiosos de casi cuatro años, es decir la versión de la obra en dibujos animados diseñada en 1979 y dirigida por Cruz Delgado Palomo, rigurosamente dividida en dos partes, ça va sans dire, que pronto les pasaré porque realmente está hecha a regla de arte
Le he mostrado una pequeña joya que tenía guardada para sus grandes ojos curiosos de casi cuatro años, es decir la versión de la obra en dibujos animados diseñada en 1979 y dirigida por Cruz Delgado Palomo, rigurosamente dividida en dos partes, ça va sans dire, que pronto les pasaré porque realmente está hecha a regla de arte
Porque el encuentro con el personaje de la novela española más célebre de todos los tiempos tiene sin duda alguna un poder encantador en cualquier edad. Tod@s conocemos la historia del noble manchego enardecido por la lectura de viejas novelas de caballería, quien junto a su fiel escudero Sancho Panza recorre España con el propósito de ayudar a los débiles y combatir las injusticias de los opresores. El Caballero de la Triste Figura, montado en su flaco rocín y Sancho Panza, en su burro, componen en el imaginario colectivo una pareja arquetípica y una personificación de la contraposición entre el idealismo visionario y el realismo burlón y pícaro. La novela -genial y muy precursora para sus tiempos en cuanto a estilo, estructura, temas y polifonía- ha creado un personaje que siempre ha ganado adeptos cada vez que ideologías y visiones del mundo atractivas pero relegadas al reino de la utopía entran en crisis. En este sentido, hasta el turbolento siglo recién pasado ha conocido a muchos Quijotes en el mundo.
Al mismo tiempo, esta obra maestra de la literatura mundial es la primera novela moderna que presenta a las novelas como forjadoras de ilusiones, y es a la vez autorreferencial y realista: se distancia de las novelas de caballerías famosas y canónicas de la Edad Media y, ridiculizándolas, acredita su carácter fuertemente realista. Es entonces el Quijote una novela donde figura entre los protagonistas -dependiendo del nivel de análisis que se le aplique- el acto de leer libros, osea la lectura misma como proceso de re-creación de una obra, y al mismo tiempo de re-creación de la identidad del lector, sea el Alonso Quijano lector de libros de caballería, sea la nuestra, la de lectores de todos los tiempos.
Según los preceptos de la teoria literaria de la recepción, toda lectura transforma su objeto y todo texto es una reserva de formas siempre cambiantes que recibe su significación por parte del lector. Eso quiere decir que el texto cambia con sus lectores, que es descifrado de acuerdo con códigos de percepción y estructuración que no son fijos en el texto, sino que son los de esos lectores, siempre distintos se gún las épocas y los contextos en que la lectura, como acto creativo, se realiza. Si de interpretaciones y lecturas del Quijote se trata, creo que el substrato de todas las propuestas desde el comienzo del siglo XIX hasta los textos del argentino Jorge Luis Borges, lo constituye la interpretación que propuso el alemán Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling en los cursos sobre filosofía del arte que dictó en Jena en 1802. Según decía Schelling, el tema del Quijote es la lucha de lo real con lo ideal.
En la primera parte del Quijote, lo ideal tropieza “con el mundo corriente y sus movimientos; en la segunda el héroe es víctima de una mistificación, el mundo con el que ahora entra en conflicto, pretende ser él mismo un mundo ideal. Esta mistificación llega hasta lo doloroso y lo grosero, hasta el punto en que lo ideal en la persona del héroe (que se había transformado en locura) desfallece y sucumbe.
Sin embargo, en el conjunto de la obra, el ideal se revela claramente triunfante; lo es incluso en esta segunda parte, por el solo hecho de la infamia extrema de los opositores del protagonista”.
(Con respecto a la segunda parte de la obra, en la cual entramos en plena atmósfera de metaficción, quiero señalarles una película que en mi opinión es una de las mejores trasposiciones al cine de la obra: se trata de “El caballero Don Quijote”, de 2002, dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón, sobresaliente por la fotografía y los diálogos fieles al texto original. Esta también se la pasaré con mucho gusto.)
Schelling concluía que el Quijote es una novela basada “en un héroe (que si bien imperfecto, y hasta loco) es a la vez de naturaleza muy noble y que revela, siempre que no trata de este único punto (o sea libros de caballería), un entendimiento y una sensibilidad tan superiores que, en el fondo, no le puede rebajar ninguno de los ultrajes que padece”. Así, don Quijote resultó convertido definitivamente en un símbolo de humanidad.
Otro pensador y artista de gran calibre, el ruso Feodor Dostoevskij, así escribió en 1876: “No hay nada en el mundo más profundo y poderoso que esta obra. Es la última y la más grande de las voces del pensamiento humano, es la ironía más amarga que jamás haya expresado un hombre, y si el mundo se acabase y a la gente se le preguntase allí, en cualquier parte: ‘Bueno, ¿llegaron ustedes a entender su vida sobre la tierra, y si la entendieron, qué conclusiones sacaron? ’, alguien podría señalar al Quijote responder: ‘Esta es mi conclusión sobre la vida. ¿Pueden juzgarme a través de ella”.
Don Quijote, en fin, presenta la historia de una profundidad humana que trasciende su tiempo y su geografía para convertirse en símbolo del hombre que lucha constantemente entre sus aspiraciones e ideales y la realidad objetiva que él no quiere aceptar como la única posible. Para concluir esta panorámica sobre unas de las lecturas que ha tenido la obra maestra de Cervantes, cabe recordar el papel de la crítica del intelectual bilbaino Miguel de Unamuno, quien se destaca primeramente en el empeño por “desliteraturizar” la figura de don Quijote, haciendo énfasis en su condición humana mostrándolo ásí más como a un hombre de carne y hueso que como a un personaje creado por la ingeniosa pluma de un escritor. Para citarlo sin más rodeos:
“¿Qué me importa lo que Cervantes quiso o no quiso poner allí y lo que realmente puso? Lo vivo es lo que yo allí descubro, pusiéralo o no Cervantes, lo que yo allí pongo y sobrepongo y sotopongo, y lo que ponemos allí todos”.
Don Quijote, en fin, presenta la historia de una profundidad humana que trasciende su tiempo y su geografía para convertirse en símbolo del hombre que lucha constantemente entre sus aspiraciones e ideales y la realidad objetiva que él no quiere aceptar como la única posible.
¿Cuántas veces nos hemos sentido en la vida unos Don Quijotes luchando contra molinos de viento que sólo nosotros veíamos? ¿Cuántas veces, frente a las injusticias, pan de cada día de nuestro frìo mundo calculador e iperracional, lo hemos invocado con los versos de J.M.Serrat pidiéndole: “hazme un sitio en tu montura, Caballero del honor, y llévame a tu lugar”?
Creo que esta tarde, mirando fascinado con sus grandes ojos las aventuras del caballero andante, mi hijo también lo habrá pensado.
Que las Vuestras Mercedes descansen muy fermosamente...