viernes, 25 de noviembre de 2011

LLAMAR LAS COSAS CON EL JUSTO NOMBRE

 

   La primera Salsa del blog que entra al compás de los temas recientes de nuestras discusiones no puede ser que una canción del GRUPO NICHE, una renombrada orquesta de la zona del suroeste colombiano que desde hace más de 30 años sigue marcando la historia de este género musical gestado en las aguas mestizas del Caribe, y cuyos padres son Mortero y Majadero. Sobre los orígenes y los ingredientes de esta sabrosa receta volveremos pronto con puntualidad, porque exige y merece una entrada reservada.
Esta canción del álbum de 1999 “A golpe de folklore” -la primera de una larga serie que les propondré, lo presiento- es el eterno canto del negro americano sobre su condición de marginalidad y discriminación, un lamento siempre igual a sí mismo, un eco de los antiguos cantos de los esclavos que resuenan en nuestro siglo XXI sin perder el sentido de su existir. Porque, hoy como hace 500 años, “blanco corriendo atleta, negro corriendo ladrón, blanco sin grado doctor, y el negrito es yerbatero”.
Ahora es el momento de subir el volúmen. Buena escucha a tod@s.


Han cogido la cosa
que para reirse se burlan de mi
han cogido la cosa
que pa' reirse me agarran a mi
que tengo grande la boca y la nariz
que nada bueno me
encuentran a mi
que yo soy negro que soy carabali
pero orgulloso me siento yo asi.
Han cogido la cosa
que pa' reirse se burlan de mí
han cogido la cosa
que pa' reirse me agarran a mi
Que estoy de luto desde el dia
en que naci
que trabajar no lo hizo
Dios para mi
que me tostaran como si
fuera cafe
que me colaron y
negrito quedé.
Han cogido la cosa
la cosa la han cogido
han cogido la cosa.
Blanco corriendo atleta
negro corriendo ratero
blanco sin grado doctor
y el negro es yerbatero.
No me diga moreno

digame negro
digame negro digame negro.”



jueves, 24 de noviembre de 2011

CIUDADANIA O NO CIUDADANIA, ESTE ES EL PROBLEMA...



  “Es una locura, un absurdo que los niños nacidos en Italia hijos de inmigrados no sean italianos”: 
así dijo ayer el Presidente de la República Giorgio Napolitano en medio de la algarabía del clima político de cambio y transición al que estamos asistiendo en las últimas semanas.
Volvamos a arrancar de la crónica para sentir el pulso del tiempo que vivimos caminando y del cual somos actores, y detectar las huellas de discursos e ideas sobre cuestiones fundamentales para lo que concierne una comunidad de ciudadanos como la nuestra.

Las palabras del Presidente, pronunciadas precisamente en el medio una época en la cual se vuelven a definir los objetivos del nuevo gobierno, van directas al centro del tema de la inclusión/ exclusión social del que a menudo hemos hablado y analizado suenan como brújula para los políticos para empezar a tomar otra ruta y abrir nuevos escenarios sociales, económicos, culturales para una Italia en crisis no sólo económica. 

Las preguntas sobre “quién hace parte de la sociedad con plenos derechos y quién está afuera” es de cabal importancia cuando se trata de considerar la composición de una sociedad, sus problemas, sus conflictos, sus ideas, sus aspiraciones y sus miedos. Las reacciones descompuestas y resentidas a la constatación del Presidente de parte de ciertos políticos y sectores de la sociedad son muestra inequivocable de lo mucho que hay que aprender en tema de inclusión, pluralidad e igualdad de derechos.
Veamos entonces cómo se convierte uno en ciudadano italiano.

Según nuestra Constitución la ciudadanía italiana se adquiere bajo el principio del jus sanguinis (en latín “derecho de sangre”) al ser transmitida por los padres que la tienen, tal como una enfermedad o una herencia genética, o mediante el matrimonio, o, si los padres no son italianos, por el ius soli (“derecho de suelo”) sólo al cumplir los 18 años de edad sin interrupción de residencia, osea sin haber salido nunca del pais. Además, sepan que el plazo para presentar la solicitud es muy corto, sólo un año solar. Esto se traduce en una situación en la que miles y miles de niños, niñas y adolescentes nacidos y residentes en Italia, quienes frecuentan la escuela italiana, y cuyo primer idioma es el italiano, son considerados como “extranjeros” o “inmigrantes”, unas etiquetas que los condenan a una existencia como sujetos “de serie B”, en vilo permanente entre el aquí -que es su patria- y el allá -lugar a veces desconocido que no le pertenece pero al que es condenado-.

Es cabal y útil subrayar que, en un cuadro demográfico como el italiano que ve la disminución progresiva de la taxa de natalidad entre la población de ciudadanía italiana y la tendencia contraria entre la población de origen extranjera -con o sin ciudadanía- que vive en Italia, los nuevos italianos son una componente fundamental en nuestro cuerpo social para su misma sobrevivencia. En las fábricas del Norte y en los campos del Sur son siempre más los trabajadores no italianos, e inclusive hay trabajos realizados casi sólo por extranjeros, como él de limpiador de carreteras, pastor o él muy difundido de “badante” de ancianos no autosuficientes, que por sí mismo merecería un análisis socio-económico y antropológico reservado.

-Ojalà algún antropólogo desde Hispania pudiera ayudarnos en esto...
 

Volviendo al sentido profundo que la cuestión sobre la ciudadanía subleva es imposible evitar de constatar la naturaleza fuertemente excluyente y una visión miope de la legislación italiana en temas de ciudadanía y derechos civiles, que los considera algo que no puede ser adquirido, conquistado y obtenido, sino que se hereda como parte del código genético, como algo natural, tal como tener los ojos verdes, llevar gafas o tener tez clara. Dicho de otra forma, si uno es hijo de un marroquí, automáticamente será él también marroquí, o por lo menos NO será totalmente y plenamente italiano. Ni ahora ni nunca. También la categoría social de “inmigrante” es una declinación del mismo concepto, una etiqueta que parece no poderse quitar nunca de encima, como tatuaje indelébil de identidad impuesta. Para ahondar más en este aspecto les señalo la esclarecedora entrada en castellano del blog de Manuel Delgado.

Enseguida me vienen a la mente los insoportables insultos racistas que se escuchaban hace unos tres años en los estadios -y no sólo- contra el jugador de Inter Mario Balotelli: “No existen negros italianos” decian. Quiero recordarlo aquí para demostrar que hasta el más mínimo fragmento de vida trivial de un grupo de personas puede ser interpretado como parte de un conjunto coherente más complejo de expresiones y creencias que llamamos cultura. 
 
Otra vez nos encontramos, al analizar la naturaleza de las etiquetas que les imponemos a las personas, frente al ya abordado tema de la vulgar lógica racista: para los muchos que juzgan de disparatadas y “anticonstitucionales” las sabias palabras de nuestro Presidente, ser italiano es asunto genéticamente reservado a blancos, no musulmanes y personas dispuestas a ayudar a los demás sólo “a casa loro”.