viernes, 13 de abril de 2012

ELOGIO DEL ABURRIMIENTO


  El aburrimiento de los niños. La otra cara de la Luna. Nada parece hoy dar más miedo a los padres y a los educadores que esos momentos de vacío que tienen el inmenso poder de transformar la pasividad en atención

Veamos cuál es el signo que se le atribuye hoy en día a esa sensación experimentada durante la niñez y adolescencia, que hasta hace muy poco tiempo ha jugado –¿o sería mejor decir “jugaba”?- un papel fundamental para un positivo desarrollo psicofísico de enteras generaciones de individuos. Incusive la mía, claro está, querido@s Caminantes.

Si en nuestros dias de hoy, aquí en esta pequeña porción de mundo que habitamos, se le preguntase a un pediatra qué es lo que más le ayuda a un niño que se encuentra enfermo, en la mayoría de los casos aconsejaría que él enfermo se vista, explicando que cuando el cuerpo reacciona y se activa, uno se mejora antes. En otras palabras, quedarse en la cama con pijama no lo empujaría a rebelarse contra la enfermedad. Puede ser que esto funcione, nadie lo pone en duda, pero quizá tenga un “efecto colateral”... Y en efecto hay uno.

Es realmente algo  raro, hoy en día, que un niño haya pasado un día entero en la cama aburriéndose. Es raro que haya estado horas mirando el techo de su habitación, o perdiéndose entre los pliegues de las cortinas. Casi nunca habrá experimentado pues esta extraña distorsión del tiempo que es el aburrimiento, un estado de ánimo donde los segundos se pegan uno al otro hasta volverse un amasijo denso y desierto que obliga a agarrarse al espacio y a agudizar los sentidos. Osea, transformar la pasividad –forzosa- en atención

 Pocas cosas de hecho logran despertar en los adultos más ansiedad que el aburrimiento de un niño. Tal vez sólo un refrigerador vacío puede dar tanta angustia. Creo por tanto que la orientación contemporanea de la pediatría –por lo menos la tradicional, digamos la mainstream- es un síntoma de un sentir difundido y muy claramente percibible en nuestras sociedades. Sobre todo al aproximarse los fines de semana y las vacaciones, los correos de los padres se pueblan de encuentros para la infancia, espectáculos de títeres, teatro para niños, cuentos de hadas, talleres de acuarela, de gimnasia y de eventos de deportes más varios e imaginables. Son los padres que se los señalan  el uno al otro, estrenando sonrisas inconcientemente ansiosas, eventos concebidos para que sus hijos no se topen por casualidad con un instante de vacío. Durante la semana es peor aún. Despus de 7 u 8 horas de jardín infantil o de escuela los inscriben a cursos de danza, fútbol, judo, tenis, inglés, ajedrez, cocina, esgrima y catecismo. El imperativo absoluto es  “siempre ocupados, nunca aburridos”. Y aburridores, añadiría yo.

Pero, si uno se lo pregunta a ellos, los niños, qué es el aburrimiento, se escucharán las mismas respuestas de siempre: “es cuando el tiempo no pasa”, “es cuando no sé qué hacer”. 

La inmovilización del tiempo y la dificultad para llenarlo definen exactamente el aburrimiento, como condición del ánimo en la cual la relación entre tiempo y acción se reestructura, revelando que el tiempo es elástico y se puede contraer y dilatar hasta contener infinitos gestos, pensamientos y acciones. El famoso motto de Benjamin Franklin “el tiempo es dinero” alude probablemente a la absurda estructura matemática que dinero y minutos absurdamente comparten. Entre más se usa menos basta, y entre más hay más se necesita, y cuando se acumulan edifican la prisión en la cual uno se ilusiona pensando ser libre.

El aburrimiento de los niños, a mi parecer, es el reflejo de un espejo.                   Es una imagen de los adultos proyectada sobre los hijos. Y para no verla los padres están dispuestos a transformar la educación en entretenimiento.
En el aburrimiento que un niño experimenta en la cama o en su habitación en ciertas ocasiones como cuando se encuentra enfermo, de hecho la atención es justamente una acción que apunta hacia el exterior, mientras que el aburrimiento provocado por ejemplo por la televisión o por el ordenador es pasivo. Es una actitud exhausta para hacerse entretener, divertir por el mundo, de hacerse llenar por él mismo, en vez de ir en busca de él y elegir qué tomar de él.                      

Hay estudiosos que creen que estamos ante una tranformación general que tiene que ver con nuestras estructuras cognitivas. Nuestro Pier Paolo Pasolini ya en los ’60 hablaba de “transformación antropológica" operada sobre los individuos por la televisión. Algo que tiene que ver con la metamorfosis de la conciencia en información. El conocimiento es una actividad, mientras que las informaciones se reciben, casi pasivamente.
El aburrimiento, tan amado e idealizado por cierta tendencia romántica del siglo XIX, ha sido tan temido y aborrecido por el siguiente y por el nuestro porque el detenerse y el vaciarse del tiempo da miedo. Todo, la atención también, debe de convertirse en consumo cultural. Parece que los seres humanos han de ser llenados de informaciones como los frigoríficos de comida.

 “El aburrimiento es un pájaro que nidifica en el árbol del tiempo”, escribió el poeta Jean-Pierre-Albert Bitouz, un desconocido primo de Baudelaire. “Dentro de sus huevos está el mundo”. 




(Estupenda escena final de la pelicula "La scuola" de D. Lucchetti, 1995, con S. Orlando, el Profesor, que busca a Cardini, el estudiante que "hace la mosca")