Más de 200 fallecidos en el incendio de un barco con inmigrantes en Lampedusa
El Gobierno italiano anuncia un día de luto nacional.
El rescate ha logrado salvar la vida de 150 personas, aunque 200 están desaparecidas
El rescate ha logrado salvar la vida de 150 personas, aunque 200 están desaparecidas
El Pais, Pablo
Ordaz, 3 OCT 2013
El aeropuerto de Lampedusa converido en una morgue |
La única novedad es el número. Un número suficientemente alto como para
arroparlo con grandes palabras de luto y alarma, una fila interminable de
muertos sin nombre al principio del telediario. El resto sucede cada día, por
capítulos, sin que merezca el relato trágico de una barcaza con unos 500
inmigrantes a bordo —entre ellos muchos niños y mujeres embarazadas— que, antes
del amanecer del jueves, se avería y empieza a hundirse a media milla de la
isla italiana de Lampedusa. “Como estábamos cerca de la costa”, cuenta uno de
los náufragos, “hemos decidido encender fuego para llamar la atención, pero el
puente estaba sucio de gasolina y en pocos segundos el barco quedó envuelto en
llamas. Muchos nos hemos lanzado al agua gritando mientras el barco volcaba”.
Del medio millar de eritreos y somalíes que intentaban alcanzar suelo europeo,
200 han sido encontrados muertos, alrededor de 150 aún continúan desaparecidos
y solo 150 lograron ser rescatados con vida por pesqueros y patrullas de la
Guardia Costera. Algunos supervivientes han declarado que tres barcas de pesca
pasaron cerca, vieron sus llamadas de auxilio y siguieron su camino.
El Gobierno ha decretado un día de luto nacional y todas las autoridades,
desde el presidente de la República para abajo, han levantado la voz para que
Europa les ayude a frenar una tragedia que, desde 1990, ha arrojado a la isla
siciliana más de 8.000 cadáveres —de ellos, 2.700 durante 2011, coincidiendo
con el conflicto libio—. Pero de todas las palabras pronunciadas, las que tal
vez mejor definan la tragedia continua de los fugitivos de África, la rabia
ante un desastre conocido y jamás combatido en serio, sean las que, en medio de
un discurso escrito, improvisó este jueves el papa Francisco —“se me viene la
palabra vergüenza. Es una vergüenza”— o las que, harta de tanta muerte,
dirigió la alcaldesa de Lampedusa, Giusi Nicolini, al primer ministro Enrico
Letta: “El mar está lleno de muertos. Venga aquí a mirar el horror a la cara.
Venga a contar los muertos conmigo”.
La barcaza, como muchas de las que cruzan el Canal de Sicilia, había
partido del puerto libio de Misrata. Teniendo en cuenta que Lampedusa se
encuentra a 205 kilómetros de Sicilia y a 113 de las costas de África, los
viejos pesqueros, tripulados por empleadas de las mafias y abarrotados de
inmigrantes, alcanzan suelo europeo en tres o cuatro días de navegación. Los
últimos días del verano aumentan además el trasiego. Solo unas horas antes del
naufragio, otro barco había arribado a Lampedusa con 463 refugiados sirios a
bordo y, el lunes 30 de septiembre, 13 jóvenes de nacionalidad eritrea se
ahogaron a solo unos metros de la playa siciliana de Sampieri. Pero solo es
cuando se produce un gran naufragio —y este último es uno de los más grandes de
los que se tienen noticia— la vista se vuelve a una isla de apenas 5.000
habitantes, cuya alcaldesa —harta de la sordera de las autoridades italianas y
europeas— envió el pasado mes de febrero una carta a la Unión Europea en la que
se preguntaba exclamando: “¿Cuán grande tiene que ser el cementerio de mi
isla?”. Sólo me viene la palabra vergüenza, es una
vergüenza, ha denunciado el papa Francisco
La respuesta no oficial le ha llegado. En el cementerio ya no hay más
tierra para tumbas sin nombre. Y tampoco en la morgue ni en el pequeño puerto
hay espacio para tantos cadáveres de hombres, niños y mujeres embarazadas. Los
cuerpos recuperados de las aguas y los localizados, a última hora de la tarde,
en el interior del pecio hundido se están trasladando a un hangar del
aeropuerto, adonde también llegó a media tarde el vicepresidente del Gobierno y
ministro del Interior, Angelino Alfano, quien confirmó los detalles del
naufragio —los teléfonos que no funcionaban, los trapos que se prendieron, las
cifras cada vez más insoportables de ahogados—, pero no quiso entrar en la
cuestión que ensombrecía aún más la jornada. ¿Es verdad que tres barcos
pesqueros habían visto la angustia de los inmigrantes y no les habían ayudado?
“No los han visto”, respondió el ministro, “si no, habrían intervenido. Los
italianos tienen un gran corazón. Hemos salvado la vida a 16.000 náufragos”. Giusi
Nicolini, en cambio, no lo tiene tan claro. La alcaldesa sí dio validez a la
denuncia de los inmigrantes, pero atribuyó la supuesta actitud insolidaria de
los pescadores a la actual legislación italiana, aprobada en 2008 por el
Gobierno de Silvio Berlusconi bajo la inspiración de su entonces ministro del
Interior, Roberto Maroni, de la xenófoba Liga Norte. “Si se han ido y no los
han ayudado”, explicó Giusi Nicolini, “es porque nuestro país ha procesado a
pescadores y armadores que han salvado vidas humanas por complicidad con la
inmigración clandestina. Por eso, lo que el Gobierno tiene que hacer hoy mismo
es cancelar este delito, cambiar la norma”.
Solo unas
horas antes había arribado otro barco con 463 personas a bordo.