Como cada 12 de octubre ayer también se celebró en España la denominada Fiesta Nacional, conocida en los países hispanófonos como Día de la Raza, o con el más neutral nombre de Día de la Hispanidad, en conmemoración del llamado “descubrimiento” de América. Sé que muchos de mis colegas profesores de lengua española en la escuela italiana lo han festejado con entusiasmo y una pizca de ingenuidad, pero es precisamente esto lo me impulsa hoy a ahondar en el tema, porque para mí tiene el aspecto simbólico de las cosas tiene una importancia cabal. He esperado hasta el día siguiente para decidir si dedicarle un espacio aquí en nuestro blog para no sumarme a la retórica de los medios de comunicación -tanto españoles como latinoamericanos- y hacer decantar el maremagnum de tinta gastada en vacuidades y solemnidades, y por fin he resuelto que ahora nos toca a nosotros decir la nuestra.

Detrás de tanto entusiasmo “nacional” se ha querido ocultar todo el genocidio étnico, cultural y lingüístico que las orgullosas clases dominantes españolas -junto a otras procedentes de Europa y Estados Unidos- han venido realizando desde el siglo XV hasta nuestros días. Entre 10 y 15 millones de seres humanos fueron transportados desde África al continente americano, sin contar las muertes durante las “cacerías” de personas y su transporte, en un proceso que acabó con la convivencia y fue el principio del subdesarrollo del continente negro. Asimismo, de los más de 20 millones (estimaciones a la baja) de nativos americanos anteriores a la llegada de los españoles y demás ocupantes coloniales del continente, se estima que en pocos siglos y debido la brutalidad de los ocupantes y la trasmisión de enfermedades desconocidas para la población nativa, la misma descendió al 3% de la original. Claro está que los pueblos indígenas americanos no han tenido mucho que festejar, ayer como cada 12 de octubre de los últimos 519 años.
El “Día de la Raza”, decíamos. Pero, ¿acaso existe para los humanos semejante cosa llamada “raza”? ¿Qué es la raza, además de una mentira útil para exprimir y exterminar al prójimo? Sin incomodar demasiado científicos, antropólogos o genetistas como Charles Darwin, Franz Boas o Luca Cavalli Sforza, ¿es que alguien ha visto, alguna vez, sangre negra? No, pero ha habido y hay quien sostiene que no todos somos iguales sobre la faz de la tierra. Les cuento una anécdota: en el año 1942, después de que los Estados Unidos entraron en la II guerra mundial, la Cruz Roja de ese país decidió que la sangre negra no sería admitida en sus bancos de plasma. Así se evitaba que la mezcla de razas, prohibida en la cama, se hiciese por inyección. Eso era lo que un hasta un organismo internacional como la Cruz Roja contribuía a difundir entre la gente hasta hace relativamente poco tiempo. Biológicamente no tiene ningún sentido el concepto de “raza” para el animal “homo”, porque sólo hay una. Sobre este “particular” hay que hablar claro y sin rodeos.
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Charles Darwin |

Hasta bien entrada la época de la independencia de los países latinoamericanos, las leyes sobre la participación ay el cubrimiento de cargos públicos o de acceso a las escuelas distinguía los individuos y los discriminaba por la cantidad de “sangre limpia”, osea blanca, de origen española o europea que tenían. Exisistían porcentajes de “contaminación” aceptados para ser reconocido como individuo y ciudadano con plenos derechos civiles y políticos, superados los cuales uno se convertía automáticamente en un paria (la casta de los intocables) en su misma sociedad. En realidad las cosas no han cambiado mucho desde entonces, aunque ciertos gérmenes latentes de pensamiento se han hecho más difíciles para detectar y reconocer en nuestro cotidiano: digamos que ciertas formas de pensamiento siguen vigentes en la mayoría de las sociedades modernas, sin que sus integrantes se den cuenta de ello. Podríamos sintonizarnos en la televisión peruana, ecuatoriana o boliviana -países con un porcentaje de población indígena y mestiza superior al 75%- y comprobar que es raro que un rostro distinto del fenotipo blanco europeo salga en un comercial, un programa de entretenimiento, o en un telediario, o hasta en las campañas electorales. Podríamos detenernos en observar como hasta en el campo de la estética -por ejemplo ropa, cabello, carros y estilo de vida- en la vida cotidiana de cualquier parte de latinoamérica y no sólo haya sido colonizada por el modelo europeo, en un callejón de salida que ve la imposición siempre más lograda de un sólo modelo de referencia, sea estético, sea económico y político, en fin la perpetuación del paradigma colonial y racista del que hemos hablado.
Quizás una de las anécdotas más reveladoras de la historia colonial de América trata de algo que ocurrió en el año 1563, en el actual Chile. Nos la cuenta el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su obra “Las venas abiertas de América Latina”: El fortín de Arauco estaba sitiado por los indios, sin agua ni comida para el ejército, pero el capitán español Lorenzo Bernal se negó a rendirse. Desde la empalizada, gritó:
—¡Nosotros seremos cada vez más!
—¿Con qué mujeres? –preguntó el jefe indio.
—Con las vuestras. Nosotros les haremos hijos que serán vuestros señores.
—¡Nosotros seremos cada vez más!
—¿Con qué mujeres? –preguntó el jefe indio.
—Con las vuestras. Nosotros les haremos hijos que serán vuestros señores.

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